Siempre que empiezo un cuaderno tengo una sensación sin nombre. Viene de lejos, de los primeros lápices, de los primeros libros, de los primeros dibujos, de las primeras letras... y de los cincos al revés.
Ahora que empiezo éste, me viene a la cabeza aquella obsesión por corregir, por borrar hasta romper el papel, por repetir una y otra vez todo lo que iba saliendo de aquella frente blanca, vacía todavía de memoria. Y recuerdo también las lágrimas de la infancia, emborronando más aquellos cincos, ayudando a la goma a deshacer el papel en un cuaderno del que no se podían arrancar las hojas.
¡Ah! ¡Si hubiera sabido entonces que llegarían a existir cuadernos como éste!
La verdad es que a mí me pasa exactamente lo mismo cada vez que empiezo un cuaderno. En la mayor parte de los casos acabo arrancando las hojas y quedándome sin nada... y, cuando tengo un especial cariño al cuaderno, suelo optar por no usarlo. De esta manera, mis estanterías están repletas de cuadernos vacíos que, quizás... tengan la esperanza de que algún día los complete.
ResponderEliminarPobrecillos... ¡Yo también descubrí los blogs!